El funeral sin muertos
En mi pueblo, los viernes no son días normales. A las seis en punto, cuando el sol apenas se esconde tras las colinas, la caravana negra aparece. Siete coches. Todos iguales. Todos relucientes. Todos con los cristales tintados, tan oscuros que parecen tragarse la luz.
La gente baja la mirada cuando pasan. Las persianas se cierran. Las calles se vacían. Y si preguntas, nadie responde. Solo te dicen lo que yo escuché desde crío: —No te metas en eso, hijo. No es cosa tuya.
Pero joder, uno crece. Y cuando creces, olvidas el miedo. O peor. Te crees más listo.
Tenía diecisiete cuando me dio por seguirlos. Me escondí tras la vieja tienda de gasolina, justo cuando la caravana empezó a avanzar. Mi corazón bombeaba como loco, pero mis pies no paraban. No pensé. Solo caminé.
Los coches no hacían ruido. Ni motor, ni ruedas, ni nada. Deslizaban. Como si flotaran. Y yo, estúpido de mí, creía que iba a descubrir un secreto de viejos.
Salieron del pueblo. Tomaron el desvío al cementerio viejo. Ese que nadie visita desde hace décadas. La verja estaba abierta. Y dentro, más coches. Docenas. Negros, grises, todos brillantes como recién lavados.
Me escondí tras un panteón. Esperé. No salía nadie. No bajaban ataúdes. No lloraba nadie. Solo estaban allí, alineados, como esperando.
Y entonces sonó. Una campana. Una sola vez. Y los coches encendieron las luces. Una luz amarilla, enfermiza. Y entonces lo vi.
En medio del cementerio, había un círculo. Y en el centro del círculo, ellos. No sé cómo llamarlos. Personas no eran. Altos, delgados, con la piel estirada como cuero viejo. Sus ojos… no tenían fondo.
Cada uno tenía un papel. Y los leían. En voz alta. Uno tras otro. Y cada nombre que decían, yo lo conocía. Eran del pueblo. Eran gente viva.
Hasta que dijeron el mío.
No sé cómo, pero me encontraron. No corrí. Me quedé paralizado. Uno de ellos se acercó. Me miró. Y me dio un papel. Con una fecha.
Hoy.
Desde entonces, cada viernes espero. Espero que la caravana vuelva. Espero ver sus luces. Y sé que esta vez, el funeral será mío. Porque en mi pueblo, los muertos no son los que entierran. Son los que esperan su turno.
Pdta. ¿Te atreverías a seguir la caravana?
Déjame en comentarios qué habrías hecho tú al escuchar tu nombre… o si prefieres mirar para otro lado y seguir esperando tu turno.