El amigo invisible de Sofía
La primera vez que Sofía habló de él, su madre pensó que era algo normal.
—Se llama Iván —dijo la niña mientras jugaba en su habitación—. Tiene la piel blanca como la leche y siempre está descalzo.
Sandra sonrió sin preocuparse.
Sofía tenía seis años, una imaginación enorme y pocos amigos en el barrio. Que inventara un compañero no era grave. Mejor eso que verla pegada al móvil como los demás niños.
Lo que no imaginó fue que Iván no se iba a quedar en su mundo de fantasía.
Todo comenzó a cambiar una noche en la que Sandra escuchó a Sofía hablar en su cuarto.
No murmurando. Hablando. Como en una conversación real. Con pausas. Respuestas.
Se acercó en silencio, con esa mezcla de ternura y extrañeza. Abrió la puerta despacio.
Sofía estaba sentada en el suelo. Frente a ella, un espacio vacío.
—¿Con quién hablas, cariño?
La niña se giró. Su voz fue firme.
—Con Iván. Me estaba contando cómo murió.
Sandra parpadeó.
—¿Cómo que murió?
Sofía se encogió de hombros.
—Dice que fue hace muchos años. Que le dolió la cabeza, y luego se durmió. Pero nunca despertó.
Sandra intentó no reaccionar. No darle importancia. Solo eran palabras, imaginación, algo que seguramente vio en YouTube.
Esa noche, no durmió del todo tranquila.
Los días pasaron.
Sofía dejó de comer con normalidad.
Se reía sola.
Decía que Iván no la dejaba ir al parque. Que se ponía triste si jugaba con otros niños.
—Iván se enfada cuando tú me gritas —le dijo una vez, sin mirarla a los ojos.
Sandra empezó a asustarse.
Consultó a una psicóloga. La citaron para dentro de tres semanas.
No esperó tanto.
Una noche encontró a Sofía en el pasillo, frente al espejo del recibidor.
—¿Qué haces aquí?
Sofía estaba descalza. Tenía la mirada fija en su reflejo.
—Iván dice que este era su espejo. Que vivía aquí antes que nosotros.
Sandra tragó saliva.
—¿Quién te dijo eso?
—Él. Y también dijo que tú no le caes bien.
Esa madrugada, buscó información sobre la casa.
Descubrió que antes había vivido una pareja con un hijo. Un niño de seis años que murió de un aneurisma mientras jugaba en su cuarto.
Su nombre era Iván.
Murió descalzo.
Sandra no le dijo nada a Sofía. Tampoco a su marido, que estaba fuera por trabajo.
Decidió ignorarlo. Apagar el tema.
Pero Iván no quiso desaparecer.
Empezaron los ruidos.
Golpes en la noche.
Sillas arrastradas.
Vasos rotos.
Siempre cerca de Sofía.
Una noche, al revisar la tablet de la niña, encontró una grabación.
Un vídeo de la cámara frontal. No lo había hecho Sofía.
En la pantalla, la habitación vacía.
Pero algo se movía en el fondo.
Una sombra pequeña, blanca, con el contorno borroso… caminando descalza.
Sandra se fue de la casa tres días después.
Sofía no lloró. Dijo que Iván no la dejaba irse.
Tuvieron que sacarla a la fuerza.
Gritaba.
Gritaba que su amigo tenía frío. Que no quería quedarse solo. Que no era justo.
Han pasado dos años.
Sofía habla poco. Se asusta con los espejos. No duerme con la luz apagada.
A veces se queda quieta, mirando a un punto en la pared.
Y sonríe.
Como si alguien estuviera allí, con ella.
😨 ¿Tú también tenías un amigo invisible… o crees que aún está contigo?
Cuéntamelo en los comentarios. Quiero leerte.
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