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El Cuaderno Maldito

Lo encontré en un mercadillo… y desearía no haberlo hecho

La primera vez que lo vi, sentí un escalofrío sin razón aparente.

Era un cuaderno de cuero ajado, olvidado en un rincón de un mercadillo de antigüedades.

No tenía título en la portada.

Lo abrí con curiosidad.

Las primeras páginas estaban en blanco, pero después comenzaban una serie de relatos escritos con una caligrafía firme y meticulosa.

Historias oscuras.

Macabras.

Cada una relataba un asesinato con un nivel de detalle enfermizo.

Nombres. Fechas. Lugares.

Las víctimas siempre terminaban igual: desaparecidas sin dejar rastro.

El papel tenía un olor rancio, como si la tinta hubiera sido absorbida por algo más que fibras de celulosa.

A pesar de la incomodidad que sentí al tocarlo, lo compré.

Era de noche cuando llegué a casa.

Encendí la lámpara del escritorio y pasé la primera página.

El primer relato hablaba de Clara Muñoz, 23 años.

Tomó un taxi en el centro de la ciudad y nunca volvió a ser vista.

Me sonaba su nombre.

Busqué en internet.

Clara Muñoz, 23 años. Desaparecida en 1998 tras tomar un taxi en el centro de la ciudad. Nunca fue encontrada.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Seguí leyendo.

El segundo relato describía el asesinato de Hugo Fernández, 45 años, encontrado sin ojos en su apartamento.

Busqué su nombre.

Hugo Fernández, 45 años, hallado sin ojos en su apartamento en 2005. Caso sin resolver.

Mi respiración se volvió pesada.

Pasé las páginas con más desesperación.

Cada historia en el diario coincidía exactamente con un crimen real.

Y entonces llegué a la última entrada.

La fecha era de dos días atrás.

Decía:

“Un hombre ha encontrado este diario en un mercadillo. No sabe que su historia será la última en estas páginas.”

Mis manos comenzaron a temblar.

Sentí una opresión en el pecho.

Tragué saliva y bajé la vista al final de la página.

Con tinta roja, recién escrita, aparecía mi nombre completo.

La tinta aún estaba fresca.

Solté el diario de golpe.

La lámpara del escritorio parpadeó.

Y en ese momento, el sonido de unas páginas pasándose solas rompió el silencio.

No era el viento.

El diario se estaba escribiendo en tiempo real.

Mis ojos se abrieron de par en par.

La última línea que apareció en la página me hizo olvidar cómo respirar.

“Está detrás de ti.”

Pdta. Si te gustó el relato, házmelo saber en comentarios para traer más como este cada sábado.

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